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La producción de leche y sus derivados exige unos estándares de higiene especialmente rigurosos, pues la leche es un producto altamente perecedero y muy sensible a la contaminación microbiológica. Los principales riesgos sanitarios en esta industria incluyen la presencia de bacterias como Listeria monocytogenes, Salmonella, E. coli y Staphylococcus aureus; estos agentes pueden originarse por contaminación cruzada, incorrecto saneamiento del equipo o residuos persistentes en tuberías, tanques o superficies en contacto con el alimento.
La higiene no solo debe orientarse a cumplir la normativa vigente —como los estándares de inocuidad alimentaria o los requisitos HACCP—, sino que constituye una barrera crítica en la prevención de alertas sanitarias, retiradas de producto, deterioro reputacional o sanciones. Por ello, el diseño de un programa de limpieza robusto y la selección adecuada de productos es un elemento estratégico para cualquier planta láctea.
La industria láctea combina residuos orgánicos muy agresivos, como proteínas y grasas de la leche, con incrustaciones minerales —por ejemplo de calcio o fosfatos— que precipitan y forman lo que se conoce como “piedra de la leche”. Estas incrustaciones pueden acumularse en superficies metálicas, intercambiadores térmicos, tuberías y membranas de ultrafiltración, comprometiendo la eficiencia y la seguridad del proceso.
Además, los equipos utilizados son muy diversos: cisternas, tanques de enfriamiento, intercambiadores de calor, sistemas de membranas (RO, UF) y líneas de envasado, entre otros. Cada tipo de equipo puede requerir condiciones distintas de temperatura, velocidad de fluido, concentración de producto químico y tiempo de contacto para lograr una limpieza efectiva.
También es habitual que se empleen sistemas de limpieza automática (CIP, por sus siglas en inglés “Clean-In-Place”), que permiten limpiar circuitos sin desmontar los equipos. Estos sistemas demandan detergentes y desinfectantes compatibles con recirculación, así como un control preciso de parámetros como pH, conductividad y temperatura.
Por último, la presión creciente por parte del mercado, los consumidores y las autoridades exige productos sostenibles, con menor impacto ambiental y menor riesgo de residuos residuales en los productos lácteos finales. En este sentido, las innovaciones tecnológicas apuntan hacia fórmulas más respetuosas con el medio ambiente, incluidas aquellas que prescinden del uso de cloro.
Para afrontar los desafíos mencionados, las plantas lecheras emplean diversas familias de productos de limpieza y desinfección, cada una orientada a una función específica dentro del proceso integral.
Los detergentes alcalinos, habitualmente formulados a partir de hidróxido de sodio u otras sustancias cáusticas, son esenciales para eliminar residuos orgánicos como grasas y proteínas adheridas a superficies, especialmente en tuberías y placas de intercambio de calor. En muchos casos se utilizan versiones con aditivos quelantes y agentes antiespumantes que optimizan su rendimiento incluso en aguas de alta dureza.
Cuando aparece la “piedra de la leche” u otras incrustaciones minerales, se requieren detergentes ácidos —por ejemplo, mezclas de ácidos fosfórico, nítrico u orgánicos— capaces de disolver los depósitos sin dañar el acero inoxidable o las juntas. Algunos productos combinan acción acidificante y neutralizante para evitar residuos alcalinos.
Tras la fase de limpieza, se aplican desinfectantes destinados a eliminar los microorganismos restantes. Se emplean oxidantes como el peróxido de hidrógeno o el ácido peracético, compuestos de cloro, ozono o productos sin cloro en fórmulas modernas. En muchas plantas se recomienda rotar entre distintos principios activos para prevenir la aparición de resistencias microbianas.
Para zonas expuestas como paredes, suelos, tanques abiertos o superficies de trabajo, se utilizan limpiadores en formato de espuma o gel, que permiten una mayor adherencia y un tiempo de acción más prolongado sin escurrirse con facilidad. En algunos casos, estos productos combinan acción limpiadora y desinfectante en una única aplicación.
Para evitar que los residuos químicos interfieran con el producto terminado, se aplican neutralizantes o fases de enjuague con agua de alta calidad. Estos productos garantizan que los equipos no retengan cargas químicas residuales ni alteren el pH de la leche o sus derivados.
En instalaciones que emplean tecnologías de membranas, se utilizan productos específicos que descomponen residuos orgánicos e inorgánicos sin comprometer la integridad del material. Estos productos deben seleccionarse cuidadosamente, ya que las membranas son elementos delicados y fundamentales en el proceso.
Más allá de disponer de los productos adecuados, el éxito del saneamiento en las plantas lácteas depende de una estrategia operacional rigurosa. Es imprescindible definir procedimientos de limpieza detallados que establezcan frecuencia, caudales, tiempos, temperaturas y concentraciones químicas, con registro de lotes, trazabilidad y validación microbiológica.
Un protocolo eficaz alterna fases alcalinas y ácidas para evitar la formación de biopelículas persistentes en el sistema. Asimismo, el control del tiempo de contacto, la temperatura y la velocidad del fluido durante los ciclos CIP resulta esencial para asegurar un desalojo completo de residuos.
La verificación del nivel de limpieza mediante técnicas como medición de ATP, control de conductividad, análisis de pH o muestreos microbiológicos es fundamental para validar la eficacia del proceso y ajustar parámetros cuando se detecten desviaciones.
Otro aspecto clave es la compatibilidad de los productos con los materiales presentes en la planta: acero inoxidable, plásticos, juntas o componentes sensibles. El uso de productos inadecuados puede comprometer la vida útil de los equipos.
Finalmente, en un contexto de sostenibilidad, muchas plantas optan por programas de limpieza que minimicen el uso de agua, reduzcan la carga química y utilicen productos con menor impacto ambiental o sin residuos perjudiciales, sin sacrificar la eficacia.
En la industria láctea, los productos de limpieza no constituyen un mero gasto operativo, sino una inversión estratégica en calidad, seguridad alimentaria y continuidad del negocio. La selección adecuada de detergentes alcalinos, productos ácidos, desinfectantes, soluciones en espuma y agentes especializados debe integrarse dentro de un plan riguroso de saneamiento estandarizado, validado y trazable. Solo de este modo una planta láctea puede garantizar que sus equipos funcionen con máxima eficiencia, que no haya contaminación microbiológica y que los productos finales cumplan con los más altos estándares sanitarios.
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